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El lamento de George Floyd



por Mario S. Portugal Ramírez

Imagen: media1.s-nbcnews.com

“No puedo respirar” fueron las últimas palabras de George Floyd, la más reciente víctima de la violencia racista en los EEUU. El asesino, Derek Chauvin, policía de la ciudad de Minneapolis, apretó el cuello de Floyd con su rodilla por más de nueve minutos hasta asfixiarlo, ante la impasible mirada de otros policías y la estupefacción de los transeúntes. De nada importó que George Floyd rogase por la falta de aire, puesto que el comportamiento salvaje de Chauvin y de sus compañeros les había valido más de dieciocho procesos internos previos. Floyd murió en el suelo, por supuestamente haber pagado con un billete falso de veinte dólares.

Desde entonces, en el país del norte estallaron protestas en varias ciudades exigiendo justicia para Floyd y también para acabar con el racismo sistémico adherido en su institución policial. Como de costumbre, las necias respuestas del presidente Donald Trump solo sirvieron para poner en pie de guerra a sus fervorosos seguidores, mas no para abordar el problema de fondo. No obstante, esta situación ha iniciado una discusión en la sociedad americana sobre el racismo y la brutalidad policial sistemática contra la población afroestadounidense, quienes a diario son agredidos y asesinados en la calle o incluso en sus propios domicilios como en el caso de Atatiana Jefferson ocurrido el pasado año.


El lamento de George Floyd debe servir a todos los países, en especial al nuestro, para iniciar un debate sincero sobre el racismo estructural que corroe nuestras sociedades Mario Portugal

La noticia de el tétrico asesinato de Floyd también ha tenido repercusiones a nivel internacional, aunque en general se condena al racismo en los EEUU, olvidando por completo el racismo doméstico, en especial el perpetrado por las fuerzas del orden. El mes de mayo, en Colombia, el joven negro Anderson Arboleda murió en un hospital tras ser golpeado en la cabeza por un policía, supuestamente por transgredir la cuarentena. Hace unos días, en Chile, el mapuche Alejandro Treuqil fue asesinado por unos desconocidos que iniciaron un tiroteo en su comunidad. El comunero había denunciado unos días antes que carabineros chilenos amenazaron y agredieron su comunidad.

En Bolivia, el asesinato de George Floyd tuvo escasa repercusión en los medios de comunicación, a pesar de que el racismo es moneda corriente en nuestro país como lo demostraron las lamentables declaraciones del ex Ministro de Minería. Tampoco ha trascendido la discusión de los treinta y siete muertos y mas de quinientos heridos en noviembre en Senkata y Sacaba por las acciones de policiales y militares, que la Corte Interamericana de Derechos Humanos ha calificado como una masacre. Tales muertes se dieron en un contexto en que algunos sectores de la población, en su arrebato racista, tildaban de “salvajes” a los manifestantes; mientras algunas autoridades aseguraban sin sonrojo alguno que los manifestantes se mataron entre ellos.

El lamento de George Floyd debe servir a todos los países, en especial al nuestro, para iniciar un debate sincero sobre el racismo estructural que corroe nuestras sociedades. El racismo estructural se traduce en políticas públicas, leyes, practicas institucionales y representaciones culturales cuyo fin es perpetuar el privilegio de quienes se consideran “blancos”, acentuando las inequidades raciales. Reconocer nuestro racismo es un paso ineludible para demoler y construir nuevas estructuras políticas, económicas, sociales y culturales que no se basen en el privilegio racial.

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