por YURI F. TÓRREZ
El pasado domingo 7 de marzo (7/M), con la verificación de las elecciones subnacionales —aunque hay pendiente algunos balotajes—, culminó el ciclo electoral iniciado el pasado octubre con las elecciones presidenciales/parlamentarias. Además, estos acontecimientos democráticos estuvieron marcados por la crisis política de octubre y noviembre de 2019 que desembocó luego en un golpe de Estado.
Bajo estas consideraciones emerge una interrogante insoslayable: ¿Qué efectos políticos ha provocado la crisis política de 2019 sobre el comportamiento electoral del 7/M? Una primera aproximación analítica en lo grueso de las elecciones subnacionales confirmó — con sus matices correspondientes— una correlación de fuerzas previas a la crisis política. O sea, siguen las tendencias electorales emergentes de los comicios locales de 2015.
Por una parte, el Movimiento Al Socialismo (MAS) se erigió como la única estructura partidaria con alcance nacional. En la mayoría de los casos ratificó su predominancia electoral venciendo varias gobernaciones. Al igual que sucedió en 2015, ganó en las gobernaciones de Cochabamba, Potosí y Oruro; a las cuales se suman La Paz, Pando y Tarija —no obstante, en esos departamentos hay una segunda vuelta—; perdió en Santa Cruz, Chuquisaca y Beni. En contrapartida, el MAS en las ciudades del eje principal repitió derrotas electorales. Entonces, la crisis política de 2019 no hizo mayor mella en las preferencias del voto a nivel de las subnacionales.
Desde una mirada sociológica, la lealtad del voto duro rural y periurbano al MAS-IPSP es incuestionable y el voto antimasista sigue muy fuerte en las principales ciudades donde habita la clase media urbana. Esta configuración territorial del voto confirmó la polarización que se asentó en el clivaje urbano/rural, factor decisivo para la crisis política de 2019. De alguna manera, esta tendencia electoral se reprodujo también en los comicios presidenciales del 18 de octubre de 2020.
La crisis política de octubre/noviembre de 2019 generó la emergencia de nuevos liderazgos vinculados, sobre todo, a la movilización urbana y al gobierno transitorio. Luis Fernando Camacho, exlíder cruceño, e Iván Arias, exministro del gobierno de Jeanine Áñez, consiguieron victorias electorales que políticamente pueden usar para legitimarse en un momento donde se anuncia procesos judiciales contra ellos. En la otra orilla, el exlíder cívico potosino Marco Pumari y la exmandataria Áñez en Beni, consiguieron derrotas que se pueden descifrar por el repudio de sus propias bases regionales. En el caso de Pumari, por su protagonismo en las movilizaciones urbanas de 2019 que derivó en la ruptura constitucional y en el caso de Áñez, por su pésima gestión gubernamental caracterizada por el saqueo, la represión y la corrupción.
Otra figura resultante de la crisis política fue Manfred Reyes Villa, ganador de la Alcaldía cochabambina. Si se hubieran realizado las elecciones subnacionales en la fecha prevista inicialmente: marzo de 2020, posiblemente Reyes Villa no se hubiera presentado. No debemos olvidar que su retorno a Bolivia fue en el curso del gobierno transitorio. Finalmente, el otro liderazgo emergente de la crisis política fue la ganadora de la ciudad de El Alto, la expresidenta del Senado Eva Copa, su resistencia al golpismo forjó su propio liderazgo refrendado en las urnas. En suma, la crisis política que puso en vilo a la democracia boliviana generó sus efectos institucionales en la representación de los gobiernos locales.
*Artículo publicado originalmente en el periódico La Razón del 15 de marzo de 2021
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