por Jaime Chuchuca Serrano
José María Arguedas describe en su literatura antropológica las yungas como solo alguien que vive en las alturas puede hacerlo: “El agua baja de las montañas que yo habito; corre por los valles yungas encajonados entre montañas secas y ocres y se abre, igual que la luz, cierto, cerca del mar; son venas delgadas en la tierra seca, entre médanos y rocas cansadas, que es la mayor parte de tu mundo”.
Yunga (del kichwa) significa caliente. La Cordillera de los Andes tiene regiones de transición que confunden a lápiz el bosque de las montañas con la flora subtropical; difumina el frío de la sierra con la calidez occidental o amazónica, según el lado de la cordillera. Las yungas decoran Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Argentina.
Yunguilla (calientito), es el diminutivo de yunga. A 74 kilómetros de Cuenca se encuentra una yunguilla azuaya, en el cantón Santa Isabel, entrelazada de Girón por historia, clima y cultura. Los primeros asentamientos indígenas fueron en Cañaribamba. Después llegaron los españoles con el Marqués Juan de Salinas para explotar el cerro Shyri, que terminó derrumbándose como diminuto Potosí. Las ansias mineras del siglo XXI, han sido paralizadas por la lucha de sus comunidades.
Santa Isabel, en pocos minutos, combina el páramo, la montaña -Chaguarurku: cerro de pencos- y la fértil yunga. La combinación de la geografía montañosa, subtropical y las zonas desérticas (esto quizá atrajo a la burguesía árabe de los Eljuri) posicionan al agua en la vida de las comunidades, de modo social y político.
Los chabelos comparten la historia común de la sierra andina: el monopolio de la tierra y la explotación indígena-campesina, pero asimismo la lucha aparcera por la partición de las haciendas coloniales, la invasión de los territorios, la expropiación del Estado y la estructura agraria que mantiene a las ciudades. La formación paradisíaca de su clima mantiene una tendencia dinámica del turismo en la economía y el crecimiento demográfico. Santa Isabel resume en un racimo de historias: los golpes y las canciones, el acero, la felicidad y la sangre. Guarda en ese tufito de la caña: el olor de la felicidad y la solidaridad casi extinta del campo, con algún león perdido en las leyendas y el carácter de su gente.
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