Imagen: expreso.ec
La emergencia sanitaria está desbordada. Las cifras de contagios y muertes, por COVID-19, que entrega el gobierno de Moreno no son ciertas y la paciencia popular va colmándose ante las reiteradas negligencias del Estado.
En las frías estadísticas del régimen no se contabilizan las personas fallecidas que yacen sobre veredas y calles de Guayaquil, indignamente revueltos entre fundas de basura, mientras los cuerpos se pudren a la intemperie y propagan el virus.
El grado de indolencia del gobierno es tal que ni siquiera existen protocolos claros para el tratamiento de los cadáveres, dicen y desdicen que preparan una fosa común para arrojar los despojos de los muertos por coronavirus; esa simple posibilidad es una guía para proyectar la duración e intensidad de la pandemia irresponsablemente enfrentada.
La culpa no es de los monos o guayacos, como los regionalistas quieren adoctrinar. El virus puede infectar sin discriminación de clase, social o de género Francisco Escandón
En clínicas y hospitales la desesperación reina. Se multiplican los médicos, enfermeras y demás trabajadores de la salud que están infectados, los héroes y heroínas hasta ahora no cuentan con los suficientes insumos de bioseguridad. La capacidad instalada de clínicas y hospitales en la provincia del Guayas está rebasada, literalmente la gente está muriendo en los pasillos de las casas de salud y, si no se toman medidas más efectivas, es muy probable que esta situación se extienda a otras ciudades del país en los días venideros.
La culpa no es de los monos o guayacos, como los regionalistas quieren adoctrinar. El virus puede infectar sin discriminación de clase, social o de género, pero son los pobres quienes sufren las peores consecuencias.
No tiene sentido exigirle a esos miles de comerciantes minoristas que cumplan la cuarentena, cuando en sus hogares levantados entre cañas y sin servicios básicos hace falta el pan. Esos trabajadores del día a día, ellos que fueron garroteados por el modelo exitoso, no deben ser culpados de insensatos.
Los irresponsables son las élites que se enriquecieron con los sobreprecios en la década anterior, los miserables son los neoliberales que destartalaron la salud pública, los criminales son los ortodoxos que prefieren pagar la deuda externa antes que precautelar la vida, los insensibles son quienes aprovechan de la catástrofe para seguir con la corrupción y los negociados. Pero la vida vencerá, esa victoria será obra de los pobres, de los trabajadores.
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