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Encerradas y a salvo: coronavirus y feminicidio



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Imagen: debate.com.mx

¿Es el feminicidio una epidemia en Bolivia? ¿Es una pandemia (valga la redundancia) planetaria propia del patriarcado? ¿Es una pandemia regional latinoamericana?

¿Cuántas mujeres más tendrían que ser asesinadas para que la comparación numérica de víctimas eleve el feminicidio a rango de pandemia? ¿Cuántas mujeres más tendrían que ser asesinadas para que los Estados declaren estado de alarma mundial y reporten a diario el número de víctimas, así como investigaciones académicas que fijaran los criterios de acción y las medidas de protección generalizadas?

Con más tiempo libre del que suelo tener, con más indignación de la que suelo tener, impedida de moverme como suelo hacerlo, me ha dado por la comparación viciosa, irónica e inútil entre feminicidio y coronavirus. Comparación inútil provocada por el hecho de que el coronavirus no frena el feminicidio, sino todo lo contrario.

Van saliendo las mujeres en plena cuarentena de su encierro muertas, víctimas no de coronavirus, sino de feminicidio, sin que podamos correr a la morgue a vigilar la autopsia, sin que podamos alzar el cartel con su nombre exigiendo justicia.

Mueren marcando el teléfono de una Policía que no llega, porque, aunque nunca llega a tiempo, hoy tiene el gran pretexto del coronavirus para no ir al auxilio de una mujer que muere llamándoles por teléfono, sin que le contesten siquiera o que le contesten y le digan “—¿De qué se trata?, —está en peligro mi vida, —lo sentimos mucho no tenemos efectivos, no podremos atenderla, estamos ocupados luchando contra el coronavirus”. Y que la mujer, presa del pánico del otro lado de la línea, insista diciendo “—vengan, por favor”, y le respondan “—no podemos, estamos cumpliendo una labor muy importante que nos ha otorgado el Estado”. Y que ella, antes de ser asesinada, se atreva a preguntar “—¿Cómo están luchando contra el coronavirus?”, y el policía, antes de colgarle, le responda “—Estamos vigilando que todos estén en sus casas a salvo, vigilamos las calles para que nadie se atreva a desobedecer”.

A pesar de que podría parecer una comparación absurda, insisto en hacerla porque, aunque el coronavirus es menos mortal que el feminicidio, ambos pueden acabar con la vida. Igual que, al mismo tiempo y ambiguamente, entre que se culpabiliza sutilmente y se siente lástima por quien se contagia de coronavirus por no haber tomado las medidas de protección adecuadas o por ser víctima de la mala suerte, de la misma manera se culpabiliza sutilmente a las mujeres asesinadas por haber soñado lo que no debieron, por estar con el hombre equivocado o en el lugar equivocado. Se siente lástima de la víctima como si fuese víctima, más que de un feminicida, de la mala suerte de que le haya tocado a ella y no a otra.

Se parecen mucho el coronavirus y el feminicidio cuando del encierro se trata. El encierro agudiza la presión de violencia; el encierro doméstico convierte a las mujeres en cautivas del machismo del orden familiar patriarcal, lo mismo que la cuarentena nos convierte a tod@s en encerrad@s por una orden estatal vertical que exige obediencia y sumisión.

Igual que el coronavirus no distingue edades, clases sociales, apariencias físicas, contratos de matrimonio o maternidad, estados de prostitución o transexualidad, el feminicidio de la misma manera, de forma invisible e indistinguible, puede atrapar cualquier cuerpo. La diferencia es que, en el caso del coronavirus, también los hombres pueden ser víctimas, quizás por eso al primer cambio se ha declarado la pandemia. No quiero imaginar lo que hubiera pasado si, al igual que el feminicidio, el coronavirus solo atacara a mujeres; seguramente los Estados no se hubieran dado por alarmados.

En donde el virus y el feminicidio son idénticos es en el miedo. El coronavirus representa un infección de miedo en el conjunto de la sociedad: te puede pasar, no estás libre de que así sea. De la misma manera, el feminicidio ha inoculado miedo a las mujeres, especialmente en los barrios periféricos, en las fronteras, en los lugares de trabajo, en las casas, en los lugares de estudio, en el matrimonio, en el divorcio, en el enamoramiento, cuando tu novio o marido es chofer, ingeniero, diputado o abogado; especialmente cuando es celoso, cuando reclamas libertad.

El feminicidio nos atrapó en todas partes y bajo diferentes circunstancias, lo mismo que el coronavirus, y lo mismo que el coronavirus sin que la sociedad pueda establecer una causa, un remedio, una solución, un análisis.

Se parecen también mucho el coronavirus y el feminicidio cuando reflejan al Estado como en un espejo. En el caso del coronavirus, el Estado aprovecha la enfermedad para desplegar mecanismos de control de la sociedad, reflotar el papel de la policía, la vigilancia y la represión. Y en el caso del feminicidio, el Estado aprovecha el asesinato de las mujeres para legitimar a la policía y al aparato de justicia como los órganos estatales capaces de ofrecer una solución al problema, por mucho que “el problema” esté ya tendido en el piso y sin vida, por lo tanto sin solución posible.

Se parecen mucho el coronavirus y el feminicidio cuando de la idiotez del Estado se trata, porque así como frente a la enfermedad el Estado ha mandado a la policía a reprimir un virus microscópico, de la misma manera ha presentado a la policía armada, violenta y prototípica del machismo como un remedio que no hace más que reforzar el mismo modelo de violencia que pretende remediar.

Se parecen mucho el coronavirus y el feminicidio también cuando de agudizar la crítica se trata, porque así como frente a la enfermedad la única solución posible no vendrá desde el Estado, sino desde la gestión social de la enfermedad, del miedo, del hambre y la solidaridad. Igualito en el caso del feminicidio: solo las mujeres organizadas sabemos que se trata de salvar nuestras vidas y que la gestión del feminicidio es la gestión de la autodefensa feminista, del cuidado de unas a otras, de la denuncia de todas y cada una de las formas de violencia machista; es la construcción de una nueva pedagogía del amor con libertad, con deseo y sin control, ni poder.

El coronavirus es una masacre contra l@s más débiles, el feminicidio es una masacre contra las mujeres.

Mucho se parecen el coronavirus y el feminicidio cuando de soluciones se trata, porque la solución al coronavirus no será una vacuna producida por las transnacionales farmacéuticas, ni estará en manos de un orden mundial colonial, ni en manos de Estados autoritarios, sino que la solución pasa por una revolución total de toda nuestra vida. De la misma forma, la solución al feminicidio no está en los tribunales, morgues y oficinas policiales donde toman con aburrimiento, como quien cumple una rutina más, las declaraciones sobre las vidas de nuestras hijas, hermanas y amigas asesinadas; sino que está en la revolución misma de nuestros deseos. Lo que queremos cambiar, para decirlo con ironía ,es el derecho de la tipificación del asesinato de mujeres como feminicidio por el derecho a no ser asesinadas.

Y no me digan que eso no es una solución concreta, porque no hay un momento más concreto que este –al borde del abismo en el que estamos– para saber que lo que hace falta es cambiarlo todo, lo mismo que frente al cadáver de una amiga, hija o hermana. La única solución posible es inventar, abrir y producir una  revolución feminista.

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