La voluntad electoral del pueblo boliviano genera polémica. Objeciones y simpatías proliferan en Latinoamérica, aparentemente dicotomizada entre las fuerzas políticas neoliberales y el supuesto retorno del progresismo.
Si bien existen características comunes en la región, es un error trasladar mecánicamente las particularidades de un país a otros. Por ello, es impreciso homologar el futuro de las elecciones venideras, en otras latitudes, con la realidad específica del altiplano.
En el caso de Bolivia los sufragios castigaron al neoliberalismo, son una respuesta al golpe fascista que impuso a Jeanine Añez como presidenta, son una bofetada a la prepotencia y al racismo, son una impugnación al poder de las élites, una reacción a la inoperancia del poder público durante la pandemia y una protesta contra la intromisión extranjera en asuntos internos.
También expresa la dispersión de las candidaturas de derecha, fundamentalmente de Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, y la inexistencia en la papeleta de una alternativa popular crítica a las tendencias principales: los neoliberales y el Movimiento al Socialismo (MAS).
La totalidad de votos alcanzados por los triunfadores no constituyen un respaldo cautivo al liderazgo de Evo Morales. En esa masa de electores existen objeciones al caudillo cocalero, incluso de organizaciones sociales que durante su mandato lo criticaron públicamente por sus desatinos en la política extractivista, la prepotencia, el autoritarismo, la cooptación de las instituciones del Estado, la corrupción, etc.
Probablemente el nuevo gobierno del MAS será diferente al de Evo por tres razones fundamentales: la recesión económica de la región limitará la inversión pública en el próximo quinquenio, las exportaciones serán menores por la desvalorización de las comoditties (litio, petróleo, gas, soja, etc.) y finalmente existe una disputa en el binomio presidencial, Luis Arce y David Choquehuanca, que genera expectativas sobre qué tendencia del partido ganador guiará la conducción del gobierno. Al momento, Morales no tendría la palabra final en la composición del gabinete ministerial, ni en los destinos del nuevo régimen.
Es un error forzar la extrapolación de las elecciones bolivianas al Ecuador. En la mitad del mundo no hay dos fuerzas en la disputa presidencial, a más de los neoliberales y progresistas, la candidatura de Yaku Pérez emerge como una alternativa popular y profesamente de izquierda que puede vencer.
Que nadie se adjudique un triunfo ajeno, menos aún el prófugo que calificaba a los indígenas como ponchos dorados y emplumados.
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